Antes de Tiger Woods ya hubo golfistas negros en el circuito de la PGA, el más importante y lucrativo del golf mundial, pero ninguno antes de 1960, ninguno antes de que Charlie Sifford, fallecido el martes pasado a los 92 años, lograra acabar con la norma introducida en los estatutos del circuito en 1943 que solo permitía ser miembros a los así llamados caucasianos, a los blancos.
Solo hace tres meses, Sifford había recibido del presidente Barak Obama la Medalla Presidencial de la Libertad, una distinción que solo otros dos golfistas, Arnold Palmer y Jack Nicklaus, han merecido. “Charlie ganó torneos, pero hizo algo más importante por el golf, rompió una barrera”, dijo el Oso Dorado, el rubísimo Jack Nicklaus, quizás el mejor jugador de la historia. “Lo que ha traído a este deporte Charlie es monumental”. Al conocer la noticia, Tiger Woods tuiteó: “Una pérdida tremenda para el golf y para mí. Mi abuelo se ha ido y todos hemos perdido a un hombre valiente, decente y honorable. Te echaré de menos, Charlie”.
Antes de 1960, mientras en los demás deportes profesionales estadounidenses la integración racial ya era un hecho, y cuando se cumplían 13 años desde que Jackie Robinson, de los Brooklyn Dodgers, acabara con la segregación introducida a principios del siglo XX que prohibía a los negros jugar en las grandes ligas de béisbol, los golfistas afroamericanos tenían que organizarse aún su propio circuito, el de la United Golf Association (UGA). El torneo más importante era el llamado Negro Open, que Sifford ganó en seis ocasiones a jugadores legendarios como Teddy Rhodes, Peter Brown, Charles Owens, Zeke Hartsfield o Bill Spiller. Allí, en ese circuito, conoció a los boxeadores Joe Louis y Sugar Ray Robinson, al jazzista Billy Eckstine, de quien se convirtió en profesor de golf, y al propio Jackie Robinson. Y allí, en esos torneos solo para negros, comenzó Sifford su lucha para lograr jugar con los blancos.
“Yo no quería romper ninguna barrera con mi empeño, no me considero un militante de la lucha por los derechos civiles”, escribió Charlie Sifford en 1992 en su autobiografía (Solo déjenme jugar). “Solo quería ganarme la vida jugando al golf y demostrar que un hombre negro podía jugar tan bien como uno blanco”.
Sifford había nacido en 1922 en Charlotte y a los 12 años trabajaba como caddie en el Carolina Golf Club, un campo cercano a su domicilio, por 60 centavos al día: 50 iban para su madre, los 10 restantes para un cigarro puro. Y desde entonces siempre jugaba con un purito en la boca. A los 16 años ya daba menos golpes mejor que todos los socios del club, y estos, indignados porque, según decían, se pasaba más tiempo jugando que llevando sus bolsas, le obligaron a marcharse a Filadelfia. Mucho más tarde, en 2012, la ciudad de Charlotte, que le había obligado a emigrar, puso su nombre a un campo de golf, y le homenajeó.
Después de la II Guerra Mundial, en la que se alistó como soldado, comenzó a pelear con el apoyo de Joe Louis y Jackie Robinson por una integración que solo consiguió en 1960, cuando la PGA borró de sus estatutos la cláusula de “solo caucasianos”.
“Será duro. Cuando juegues con blancos te insultarán, te escupirán, te dirán de todo”, le advirtió Jackie Robinson. “Tendrás que aguantarte. Solo hay una cosa que no puedes hacer: golpear con tu palo de golf a quien te insulte. Si lo haces, arruinarás a las generaciones futuras de negros”.
Cuando debutó en la PGA, Sifford tenía ya 38 años. En su carrera en el circuito ganó dos torneos, y aguantó sin perder el temple todos los insultos y agresiones que Robinson había predicho. No golpeó a nadie, solo a la bola, y muy bien, y pudo darse el placer de ver décadas más tarde a uno de los suyos, Tiger Woods, abrir las puertas del hasta entonces siempre blanco campo de Augusta, en la sudista Georgia, donde solo se admitía a los negros para hacer de caddies, camareros o limpiadores, y ganar su Masters varias veces camino de convertirse décadas más tarde en el mejor jugador del mundo.
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